Ogaki Toshio se sentía cómodo en el apacible Shiro Han, aunque temía que a la larga fuera demasiado apacible para su gusto, pues él era un hombre de guerra. Desde que hubo realizado su genpuku no se había separado de Senzo, su sensei, y juntos habían recorrido de norte a sur casi todas las provincias vasallas de la Casa del Agua, especialmente aquellas cuyas fronteras delimitaban con la belicosa Casa de la Tierra. Shiro Han se alzaba sobre una colina al sur de las Tierras de la Casa del Agua en la provincia de Kamuna. Hasta el momento, Han había sido un clan pacífico y, gracias a sus fértiles campos de arroz y cerezos, nunca pasaron necesidades y pagaban los tributos correspondientes al Shogun. Sin embargo, hacía unos meses que el clan Noda, de la Casa de la Tierra, había atacado las fronteras de los Han intentando hacerse con la provincia. Por desgracia, el clan Han no estaba preparado y fueron los Ogaki, otro importante clan del Agua, quienes prestaron su ayuda echando de Kamuna a los enemigos. Los Ogaki se habían ganado a pulso una gran fama como estrategas y como excelentes guardaespaldas en todo el Imperio y eran muchos los que no dudaban en contratar sus servicios. Tras el enfrentamiento con los Noda, el daimyo, Han Masanori, quiso que el estratega responsable de mantener al clan a salvo se quedara en Shiro Han y lo nombró Jefe de la Guardia del castillo. Aquel estratega era Ogaki Senzo, aceptó el puesto y se trasladó a Shiro Han llevándose a su hijo, Ogaki Koichi, y a su leal mano derecha, Ogaki Toshio.
Toshio miró por la ventana el resplandeciente cielo azul, «se me ha hecho tarde, no es propio de mí, ¿cómo voy a conseguir que mis soldados madruguen si no doy ejemplo?». Hizo un desayuno ligero y se dirigió al patio de entrenamiento, pues su principal cometido en Shiro Han era adoctrinar y preparar a samurai y a ashigaru para la guerra; que el clan Han se hubiera visto indefenso era algo que no podía volver a ocurrir. En cuanto llegó, recibió un aviso de uno de los bushi: Senzo quería reunirse con él justo antes del mediodía.
Después de asegurarse de que toda la guardia cumplía con su deber y de revisar los horarios y los turnos de vigilancia, caminó con determinación al torreón principal donde su señor Senzo lo había convocado, seguramente, para hablar sobre la seguridad del castillo. Sin embargo, no le parecía a Toshio que hubiera nada notable que reseñar, aquella era una provincia tranquila desde que ellos estaban allí. Se cruzó por el camino con varios bushi que hacían guardia aburridos y siguió su camino tras saludarlos brevemente. Pudo asomarse al exterior y contemplar durante unos instantes el apacible valle del clan Han: un hermoso campo de cerezos iluminado por el sol del mediodía, un poco más allá, fértiles arrozales y, más allá, el bosque. Desde lo alto de la muralla, vio a Koichi junto a Han Itsuko, la hija menor del daimyo. Paseaban por el exterior del castillo y se dirigían al campo de cerezos que pronto florecerían. Koichi había sido nombrado yojimbo de Itsuko, por lo que estaban juntos casi todo el día. Además la dama de compañía de Itsuko llevaba unos días enferma y la joven samurai probablemente se sentiría sola, por lo que reclamaba más aún la compañía de Koichi. Toshio consideró que era excesivo asignar un yojimbo en aquella situación en la que la seguridad del castillo estaba garantizada, pero a Koichi no pareció importarle en absoluto y aceptó el puesto encantando. Toshio reparó en que Koichi iba desarmado, aquello era realmente imprudente, por muy seguro que fuera el castillo, un bushi siempre había de llevar sus espadas, ¿para qué servía un yojimbo si no era para estar listo en todo momento para luchar por su honor y por el de su protegido? Más tarde hablaría con Koichi para recriminarle aquella falta. Imbuido en sus propios pensamientos, llegó al torreón principal donde Senzo lo esperaba.
—Senzo-sama, ¿me habéis llamado? —preguntó Toshio.
—Así es, Toshio-san, por favor, siéntate. —Senzo le hizo un gesto con la mano invitándolo a sentarse frente a él—. Hay algo importante de lo que tengo que hablarte y no hay tiempo para demasiadas explicaciones. Voy a darte instrucciones y quiero que las cumplas sin cuestionarlas, como siempre has hecho; aunque sé que no lo comprenderás, al menos, no de momento. —Senzo lo miraba a los ojos fijamente, buscando al samurai que tan leal le había sido siempre y preguntándose si podía confiar en él.
—Sí, Senzo-sama. —Toshio se puso tenso y listo para obedecer cualquier orden que le fuera dada.
—Tienes que irte ahora de este castillo y llevarte a mi hijo.
—¿Irnos? —Toshio estaba perplejo, no se esperaba algo así—. ¿Adónde, señor?
—A Komoe. Es una ciudad cercana a las tierras de los Iruma, en el Akumamori.
—¿El Akumamori? —Toshio había oído hablar de aquel bosque maldito infectado de oni, nezumi y otras criaturas endemoniadas.
—No tenéis que adentraros demasiado en el bosque. Sé que te parece peligroso, pero el peligro ahora está en este castillo. Es mi hijo el que está en peligro. —Guardó un par de pergaminos en una bolsa—. En Komoe, busca a Aiko y entrégale la carta que lleva su nombre —dijo señalando la bolsa—, ella te dirá dónde encontrar a Taadaki, a él debes entregarle la segunda carta. Poneos al servicio de los Komoe y dejad atrás el nombre de Ogaki. —Senzo, cada vez más nervioso, miró por la ventana, suspiró, se quitó sus espadas y las extendió para que Toshio las cogiera—. Ten, entrégale mi daisho a mi hijo pues yo ya no lo necesitaré. Ahora vete.
—Pero, Senzo-sama… —Toshio estaba consternado.
—Vete y no te preocupes, no se darán cuenta de vuestra huida. Ya me he ocupado de eso… —dijo en tono misterioso y volviendo a mirar por la ventana—. ¡Márchate! La vida de mi hijo peligra.
Toshio cogió la bolsa con los pergaminos y tomó con gran respeto las espadas de su maestro.
—Adiós, Senzo-sama.
—Adiós, Toshio-san. Protege a Koichi.
—Con mi vida.
Toshio salió caminando tan rápido como pudo del torreón, la última vez que había visto a Koichi estaba fuera del castillo con Itsuko. No tenía tiempo de ir a buscar nada de equipaje, ni provisiones, nada… Las órdenes eran claras. Fue entonces cuando el sol se ennegreció, todo se volvió oscuro, «un eclipse, la oscuridad nos ayudará a huir», pensó Toshio. De pronto, un gran estruendo hizo temblar el castillo: una fuerte explosión procedente del interior del edificio. Todos los soldados se dirigieron allá gritando «fuego» y «nos atacan», todos menos Toshio, que se dirigía a la salida. Cuando salía por la puerta principal, se escuchó otra explosión, aquella vez, procedente del torreón principal. Toshio se volvió unos instantes, comprendió que su sensei había muerto y que se había sacrificado para facilitarles la huida. Prosiguió su camino sin volver a detenerse.
Los jóvenes Koichi e Itsuko paseaban entre los idílicos cerezos a las afueras de Shiro Han. La primavera estaba cerca y era un día especialmente caluroso y soleado. Itsuko le había pedido que dejara sus espadas en el castillo y él era incapaz de negarle nada; no se cuestionó qué pasaría si surgía algún peligro, simplemente, se lo había pedido ella. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta del amor que sentía por Itsuko, muchos en el castillo lo comentaban y había susurrantes debates sobre si ella le correspondía y sobre si el daimyo facilitaría el matrimonio entre ambos o si buscaría un mejor partido para su hija. Estaban rodeados de cerezos y las copas de los árboles los refugiaban de miradas curiosas. Koichi se preguntaba por qué Itsuko lo había llevado hasta allí, no solían salir del castillo muy a menudo aunque nadie les había hecho ninguna pregunta, así que definitivamente no había nada de malo en ello. El joven esperaba quizá un beso o tal vez la oportunidad de confesarle su amor, pero no estaba seguro, se sentía muy nervioso.
—Querido Koichi-san, ven, acércate a mí —dijo Itsuko con voz melosa.
—¿Sí, mi señora? —él obedeció y se puso frente a ella.
Koichi contempló el dulce rostro de Itsuko: la blanca piel, los vibrantes ojos oscuros; los labios finos y bien dibujados; y su tierna sonrisa. Su sonrisa le fascinaba.
—¿Me dejas ver tus manos? —Sonriendo, le tomó las manos a Koichi con suavidad mientras las miraba con gran detenimiento, como si las examinara.
—Claro… ¿Qué… qué les pasa? —preguntó nervioso por el contacto. Era la primera vez que se tocaban y sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Son muy bonitas, las bellas manos de un gran duelista. —Suspiró—. Una lástima… habría sido agradable sentirlas acariciando todo mi cuerpo.
—Qué… yo… qué… —Koichi se enrojeció y comenzó a temblar, ella nunca le había hablado de aquel modo.
—Sí, es una pena…
Itsuko soltó la mano derecha de Koichi y sujetó con más firmeza la izquierda, con la mano libre sacó del obi una daga y, sin que Koichi pudiera reaccionar, le hizo un profundo corte en la palma de la mano sin soltársela. En aquel instante, la luna cubrió al sol y la oscuridad inundó el valle. Koichi se sintió mareado y confuso mientras ella pronunciaba unas palabras incomprensibles. No supo con certeza cuánto tiempo pasó hasta que el sonido de un trueno lo sacó de la ensoñación, y después otro; empezó a ser consciente de lo que estaba ocurriendo, pero se sentía débil y vio como, gota a gota, su sangre manchaba la verde hierba.
—¡Koichi! —La voz de un hombre procedía de entre los árboles.
Itsuko interrumpió sus extrañas oraciones, soltó la mano del joven y se escabulló entre los cerezos.
—Es… estoy aquí… —intentó gritar Koichi, aunque sólo pudo susurrar.
—¡Koichi! —Toshio apareció de repente y se agachó a su lado—. Pero… pero, ¿qué es esto? —preguntó con consternación al ver la sangre.
—Yo… no sé, ella… ella me…
—Está bien, no te preocupes. —Se rasgó una manga del kimono e improvisó una rudimentaria venda para la mano herida de Koichi, lo ayudó a incorporarse y lo zarandeó un poco para espabilarlo—. ¿Estás bien?
—Sí, un poco mejor, no, no sé qué ha pasado… ¿por qué…?
—Escúchame, Koichi. ¡Mírame! No hay tiempo para explicaciones, tienes que confiar en mí y venir conmigo, ¿de acuerdo?
—¿Por qué?, ¿qué pasa?, ¿y mi padre?
—Te lo explicaré todo, te lo juro. —Entonces le extendió el daisho de su padre y Koichi lo cogió aturdido—. Confía en mí, Koichi.
Sigue la historia en el CAPÍTULO 2…