Kai era siempre el primero en levantarse y aquel día en particular se sentía especialmente inquieto. Llevaba un kimono de lino bastante fresco con un pequeño y antiguo emblema familiar bordado en la espada, un halcón, y una hakama negra. La primavera estaba en todo su auge y el jardín de su casa había florecido de manera espectacular; el jardinero contratado por su esposa estaba haciendo una buena labor, sin duda. Bajó a la sala principal y dos criados descorrieron el shoji que daba al exterior, la luz entró a raudales en la estancia, respiró hondo y la fragancia de los lirios abiertos al sol entró en sus pulmones. Salió al jardín descalzo, comenzó a estirarse y respirar profundamente con los ojos cerrados. Al rato, una mujer apareció en la sala sin hacer apenas ruido, llevaba un bonito kimono de algodón azul oscuro con un obi blanco y naranja; se había recogido el pelo de manera muy elegante y sencilla. La mujer se arrodilló en silencio y lo miró tranquila. Entonces él se percató de su presencia, la miró, le sonrió y se acercó a ella.
—Estás preciosa, esposa, más cada día —dijo besándole la frente con dulzura.
—Qué gentil eres conmigo, querido.
Kai se sentó a su lado con las piernas cruzadas.
—¿Cuándo deberían llegar nuestros invitados? —preguntó ella.
—No tardarán, he dicho que no traigan el desayuno hasta que ellos lleguen —respondió él con serenidad—. ¿Y las chicas? ¿No se han despertado?
—Hikari se estaba arreglando y Yaeko no sé, no la he oído, supongo que bajarán enseguida..
Entonces apareció del interior otra mujer más joven que la anterior pero con la que guardaba un gran parecido. Lucía un kimono de seda verde adornado con unos crisantemos plateados y un obi gris plata con unas grullas bordadas, regalo de su madre. Llevaba el cabello suelto, casi le llegaba a la cintura, lo tenía particularmente suave y brillante.
—Buenos días.
—Buenos días, hija —contestó él con una sonrisa un tanto entristecida.
—Hikari, ¿no crees que ese kimono es excesivo? ¡Ni que fuera a venir el Shogun!
—Oh, madre… por favor, si me voy a ir de viaje tendré que lucirlo y disfrutarlo ahora. —Se detuvo a contemplar la delicada tela y detalles de la manga—. Es tan bonito… y me favorece, ¿verdad, padre? Hace juego con mis ojos.
—Estás bellísima, Hikari —sentenció Kai.
La madre suspiró y decidió no discutir más.
—¿Y tu hermana? —preguntó.
—Se estaba vistiendo… creo. No lo sé, no me he fijado —respondió Hikari con gesto dubitativo.
El shoji interior se abrió y entró otra mujer, más o menos de la edad de Hikari, llevaba un sencillo kimono de algodón amarillo muy alegre con un obi rojo y el pelo recogido en una sencilla coleta. Saludó y se arrodilló junto a su hermana.
—¿Ves, Hikari? —dijo la madre—, Yaeko sí se ha vestido de manera más adecuada.
Hikari suspiró lánguidamente y se recostó sobre un brazo mirando al jardín.
—¿Cuándo va a levantarse nuestro invitado? —preguntó con desgana.
Kai miró a su mujer arqueando una ceja.
—Oh, ¿están aquí ya? ¿Cuándo llegaron? —preguntó Yaeko.
—Están al llegar —respondió Kai—, ayer llegó otro invitado inesperado.
—Sería inesperado, pero no discreto —matizó Hikari—, toda Komoe lo habrá oído, qué gritos, ¡qué escándalo! Me molestó mucho que me despertara a esas horas, con lo que me cuesta dormir.
—¿De veras? —dijo Yaeko—, yo no escuché nada.
—Hermana, eso es porque tú no duermes, entras en trance —le respondió Hikari riendo.
—¿Y quién es? —preguntó Yaeko intrigada.
—Por la voz, un hombre, decía que quería ver a Aiko, bueno, más bien, aclamaba a los cielos que quería verla. Por un momento pensé que era Susanowo que quería llevarse a nuestra madre —le explicó Hikari.
Un criado entró y con una reverencia anunció que los invitados habían llegado.
—¿Y nuestro huésped, Taro? ¿Sabes si está despierto? —preguntó Kai.
—No… no, señor —respondió el heimin—, sigue roncando.
—Pues despiértalo —ordenó Kai.
—Pe… pero… señor… ¿co… cómo voy…? —El heimin se puso muy nervioso.
—Haz ruido, dale un toque en el hombro… como si le tiras un cubo de agua por encima, pero que baje, y antes haz pasar a los que han llegado. —Kai miraba con seriedad al criado que, acobardado, se marchó.
Entonces entraron un hombre y una mujer. Hikari se colocó inmediatamente en una posición erguida y de rodillas. Eran jóvenes, especialmente altos y asombrosamente parecidos; él era un hombre muy fornido y ella esbelta; los dos llevaban el cabello semirrecogido con trenzas y vestían sencillos kimonos y hakamas grises. Era como ver a la misma persona en su versión masculina y femenina. Ambos hicieron una reverencia.
—Soy el ronin Akomachi —dijo él—, y ella es mi hermana Shiuzu. Os damos las gracias, Kai-sama, por vuestra invitación. —Cuando terminó de hablar, los dos se sentaron con las piernas cruzadas y miraban incómodamente a sus anfitriones. Kai les dio la bienvenida de manera jovial y les presentó a su familia. De pronto se oyó un golpe procedente del piso de arriba pero todos fingieron ignorarlo.
—¿Qué os trae por Komoe? —preguntó Yaeko.
—Bueno —el hombre miró inquieto hacía los lados—, llevamos ya unas semanas en esta ciudad, buscamos a alguien.
—Tranquilo, Akomachi-san —dijo Aiko con una sonrisa—, aquí estás a salvo. Mi esposo me lo ha contado. Buscáis a nuestra señora Himiko para poneros a su servicio. Sin embargo, ignoramos su paradero actual; puede que esté con Naizen, uno de los Komoe más poderosos y su mano derecha. Él se marchó al sur a reclutar tropas para nuestra señora, pero no sé si se han encontrado ya.
Justo en aquel instante, el shoji se abrió y Taro, temeroso, anunció que el huésped estaba listo y se marchó raudo a por el desayuno. Enseguida entró otro hombre, aún más grande que el anterior, extraordinariamente alto y muy fuerte. Llevaba el largo cabello negro recogido en una coleta, un kimono color pardo y una hakama marrón oscura un tanto desgastada; sin duda, la talla convencional de kimono le estaría pequeña y necesitaría que se los hicieran a medida. Tenía un rostro joven y, lo más llamativo, sus ojos tenían una extraña simetría y una cicatriz atravesaba verticalmente el lado izquierdo de la cara partiéndole la ceja y la mejilla. Hizo una breve reverencia y se sentó con las piernas cruzadas junto a Akomachi. Estaba cabizbajo y se mostró receloso. Kai, con solemnidad, se lo presentó a los demás, se llamaba Katsu; después le presentó a Shiuzu, a Akomachi, a Yaeko y a Hikari. Él fue saludando uno a uno con cortesía y se detuvo al ver a Hikari: sus ojos se iluminaron y esbozó una gran sonrisa. Se quedó mirándola fijamente y ella le dedicó media sonrisa incómoda.
—¡Katsu-san! —exclamó Kai carraspeando.
—¿Sí… señor? —dijo Katsu saliendo de su ensimismamiento.
Entonces Taro y otra heimin, llamada Tako, trajeron el desayuno. Té y dos enormes fuentes de pasteles de arroz y otras dos fuentes con frutas frescas. Todos empezaron a comer.
—¿Qué decías, esposa, antes de que Katsu entrara? —Kai miró a su esposa mientras cogía una cereza.
—Ah, sí —respondió ella—, decía que ignoramos el paradero de nuestra señora Himiko. Ella suele andar de aquí para allá, tiene tanto que hacer… pero la encontraremos, seguro, bueno, ella nos encontrará cuando le parezca oportuno. Mientras, Akomachi-san, debéis marcharos de Komoe, no estáis a salvo en esta ciudad.
Akomachi miró preocupado a su hermana.
—Efectivamente —intervino Kai—, sé que os están buscando, ser el Jefe de la Guardia de la ciudad tiene sus ventajas, sé quién entra y quién sale, sé que el Magistrado Sayana Tanaka y su yoriki Sayana Karo están cerca de la ciudad buscando vuestro rastro. Tienen, además, hombres por la ciudad preguntado por vosotros.
—¿Pero… pero qué haremos? —dijo Shiuzu azorada.
—Tranquila, querida —respondió Aiko calmándola—, os ayudaremos, como ayudaríamos a cualquier aliado víctima de los Onryojin. Mañana mis hijas tienen que emprender un viaje, iréis con ellas como su escolta. Además, Katsu también irá.
—¿Quién? ¿Yo? —preguntó con un trozo de pastel en la boca.
—Sí, tarde o temprano a ti también te buscarán, y más después del jaleo de ayer. Serás el yojimbo de mis hijas, ¿de acuerdo? —ordenó Aiko.
Katsu sonrió y afirmó con la cabeza.
—¿Y adónde iremos? —preguntó Shiuzu.
—A Shiro Irodake —explicó Aiko—, el viaje puede ser peligroso y puede que os encontréis con Tanaka o Karo, pero ya no estaréis solos y podréis hacerles frente.
—¿A Shiro Irodake? ¿Por qué a Shiro Irodake? —preguntó Akomachi extrañado.
—Hikari está prometida con el hijo mediano del daimyo —respondió Aiko.
—¿Cómo dices, madre? —Hikari salió de su silencio un tanto molesta y Yaeko contuvo la risa, Hikari la miró de reojo y vio que tenía los carrillos llenos de pastelitos y que la fuente estaba casi vacía.
—Sí, Hikari-san, vas a casarte con Irodake Kenichi, el segundo hijo del daimyo. Tu padre y yo saldremos unos días después con una parte de tu dote, es bastante voluminosa así que tendremos que tomar una ruta más larga pero más fácil. El resto de la dote va ya en camino. —Aiko hablaba con una serenidad que hacía incuestionable cada una de sus palabras.
—Si va a casarse con un Irodake —dijo Yaeko tras haber tragado—, más valdría que fuera él quien pagara una buena dote por ella.
—¡Ja! —Kai emitió una sonora carcajada y todos rieron excepto Hikari y Aiko—. Tu hija tiene razón, esposa.
—Lo importante no es la dote, sino entrar a formar parte de un clan con nombre, dejar de ser una ronin. Los Irodake son pobres, es cierto, pero son una familia muy antigua y honorable y con tiempo podemos cambiar su situación. —Aclaró Aiko con seriedad y Hikari suspiró resignada—. Yaeko te acompañara como cortesana para terminar de cerrar el acuerdo, pues Kenichi está muy dispuesto, pero su padre no tanto.
—¿Y cómo justificar nuestra presencia allí, Aiko-sama? —preguntó Akomachi.
—Sencillo, he podido saber que no hay un solo yamabushi entre los Irodake, hace unos meses el último murió a consecuencia de la edad. Necesitaremos uno que oficie la ceremonia y, dado que ellos no tienen, lo llevaremos nosotros. Además el camino es peligroso, no ofendamos a Irodake Kenichi poniendo a su futura bella esposa en peligro.
—Tenéis que tener en cuenta que hay cierta tensión entre los Irodake y sus vecinos los Iruma, un clan Gozoku. En realidad entre Irodake Kenichi y el general Iruma Fujin. Es posible que os encontréis en la frontera con tropas Iruma y, a decir verdad, nos interesa que estalle definitivamente el conflicto —explicó Kai—; por otra parte, es muy probable que os encontréis con el Magistrado Irodake Akahiro, podéis confiar plenamente en él, es uno de los nuestros y fue en parte responsable de conseguir el compromiso entre Kenichi y Hikari.
Todos asintieron conformes y continuaron charlando sobre cosas de menos trascendencia hasta que la comida se terminó. Katsu y Akomachi fueron aparentemente los principales responsables del notable descenso de pastelitos, aunque Hikari sabía que Yaeko había tenido mucho que ver. Tako acompañó a Akomachi y Shiuzu a sendas habitaciones donde pasarían la noche. Por su parte, Hikari subió a preparar su equipaje acompañada por su madre; se le hacía muy duro despedirse de sus bellos kimonos y no sabía qué llevar. Kai le preguntó a Katsu si le apetecía entrenar kenjutsu con él en el patio; propuesta ante la cual, Katsu se mostró encantado. Kai dejó que Katsu se adelantara y se volvió a Yaeko.
—Yaeko-san, no permitas que ese bestia de Katsu toque a mi hija, ¿entendido?
—Sí, Kai-sama —respondió ella.
Aiko y Hikari se vieron a solas en la amplia y luminosa habitación de Hikari. La joven se asomó a la ventana que daba al patio y vio a su padre y a Katsu practicando con unos bokken.
—Por cierto, madre —dijo Hikari—, ¿por qué Katsu viste con un kimono de padre? ¿No ha traído nada de equipaje?
—Vino un poco de improviso y después de un largo viaje su ropa llegó en mal estado. Es de buenos anfitriones hacer que un huésped se sienta tan cómodo como sea posible —explicó Aiko.
—Claro, tienes razón. ¿Y de dónde viene?
—De Okakura.
—Eso está sólo a un par de horas, debió de caerse del caballo por lo menos para necesitar más ropa. —Sonrió ampliamente, abrió un gran arcón lleno de kimonos perfectamente doblados y suspiró.
Sigue la historia en el CAPÍTULO 4…