Kaze no Aone se dirigía con paso tranquilo a la Casa del Shogun, sería su primera reunión en el Consejo del Shogun. Se sentía emocionada, como una joven el día de su genpuku o como si fuera la víspera de su boda. Llevaba mucho tiempo quieta, sin hacer nada realmente importante, cuando siempre había sido una mujer muy atareada. Tras la muerte de su madre cuando era una niña, ayudó siempre a su padre en las labores de administración del Palacio del Viento; pero, después de enviudar, se sintió tan alicaída que su padre quiso librarla de aquel peso una buena temporada y fue Saori, la esposa de Masahiro, quien llevó a cabo sus funciones. Sin embargo, habían pasado ya dos años y parecía que tanto Haru como Masahiro no supieron ver que ella estaba lista para salir de su retiro. Fue el día anterior cuando Masahiro la convocó para nombrarla Consejera del Shogun, se había sentido abrumada y emocionada y supo que, sin duda, Hideaki había tenido algo que ver con aquel nombramiento. A la reunión con Masahiro también había acudido su tío Hiroyuki.
—He decidido que Aone sea la nueva Consejera del Viento —les dijo Masahiro.
—Pe… pero, ¿por qué? —Hiroyuki se mostró consternado y enfadado con la decisión.
—Has hecho un gran servicio a nuestra Casa, querido tío, y estos cargos son agotadores, me aflige verte tan cansado… Es por eso que quiero librarte de tal responsabilidad. Transmite a Aone toda la información necesaria para que mañana ella ocupe tu antiguo puesto. —Masahiro lo miraba con serenidad y comprensión, pero se mantuvo firme, estaba claro que su decisión era irrevocable.
—Masahiro-dono, te ruego que me dejes seguir siendo útil a la Casa del Viento, encomiéndame alguna otra labor, por favor.
Aone nunca había visto así a su tío, le temblaba la voz y ni siquiera se dignó a mirarla. La verdad era que parecía más cansado y consumido de lo habitual.
—He pensado en ello, la provincia de Atsugi, viajarás a ella y te ocuparás de administrarla. Es una provincia tranquila y próspera. No me cabe duda de que la brisa del mar hará que te sientas mejor.
Hiroyuki asintió e hizo una reverencia solemne ante su sobrino y Daimyo; entregó a Aone los pergaminos del Consejero del Viento con la información relevante concerniente a su cargo y se marchó muy airado. Dejar de ser miembro del Consejo del Shogun para ser daimyo de una provincia, por muy rica que ésta fuera, era un paso atrás, pero Hiroyuki tuvo que resignarse. Cuando se quedaron a solas, Aone agradeció a su hermano el nombramiento sin ocultar su sorpresa por haber sido elegida.
—Confío en que representarás los intereses de nuestra Casa como es debido, hermana —le dijo él.
—Gracias, Masahiro-dono. La verdad, te lo agradezco mucho.
—Sé que parece que te hemos tenido olvidada, Aone, y no es justo. Un buen Daimyo debe saber valorar todos sus recursos, y tú eres un gran recurso. —Ambos se sonrieron—. Dime, hermana, ¿cómo están mis queridas sobrinas?
—Oh, muy bien, hace unos días recibí una carta de Natsuko diciendo que está encinta —dijo emocionada.
—¿De veras? Eso sí son buenas noticias. Cuando nazca la criatura podemos viajar los dos a visitarlos. ¿Y la joven Asami?
—Muy bien. Quería proponerte que fuera ella la candidata presentada por la Casa del Viento para ser la consorte del Shogun.
—¿Qué? ¿Consorte del Shogun? Pero…
—Ay, hermano, siempre tan despistado. Nuestro joven Shogun va a cumplir los veinte años y ya sabes que, según la tradición, cada una de las Grandes Casas ha de presentar a una joven como candidata para que él elija una esposa.
—¡Veinte años! Sí, sí… tienes razón. Claro, Asami, sí, es joven, bonita, inteligente y una gran artista. Por supuesto, Aone-san.
Entró en el palacio del Shogun escoltada por su yojimbo y varios guardias la guiaron hasta la sala del Consejo que se ubicaba en la planta más alta del edificio y desde la cual se divisaba toda la ciudad de Nara. El yojimbo tuvo que esperar fuera, pues sólo los Consejeros y el Shogun tenían permitida la entrada. Era una sala más pequeña de lo esperado y muy austera. En un lateral, una mesa hexagonal con seis asientos, cinco de ellos tenían grabados los distintos símbolos de cada elemento y, la correspondiente al Shogun, una placa dorada con su mon familiar, el de los Motome, el nombre del primer Shogun de la dinastía regente; y en el centro de la sala, presidiendo, el trono eternamente vacío del ausente Emperador. Allí se hallaban los Consejeros del Fuego y del Vacío, Kasai no Choubei y Sora no Kayano, que le dieron la bienvenida. Al poco, llegaron los Consejeros del Agua y de la Tierra, Mizu no Ichiro y Tsuki no Hayato. Observó Aone que, no sólo era la única mujer, sino que además, el más joven de aquellos hombres tenía edad para poder ser su padre. Entonces entró el Shogun. Era la primera vez que lo veía tan de cerca, estaba nerviosa al tener la oportunidad de hablar cara a cara con él, con el hombre más poderoso del Imperio. Se sentía orgullosa de ser ella una de las responsables de guiarlo. Los Consejeros se inclinaron ante la llegada de Motome Kusaka tocando el suelo con la frente y, cuando se hubo sentado, cada uno ocupó su puesto. Le pareció también curioso a Aone que, en aquella mesa, el Shogun parecía un igual, pues el asiento que ocupaba, si bien sí estaba más decorado con la placa dorada, no era más alto ni voluminoso: eran seis sillas idénticas. La silla del Fuego estaba enfrente de la del Agua, su opuesto, y a la izquierda del Shogun; a la derecha del Shogun se sentaba el Consejero de la Tierra y enfrente de éste, Aone; y, entre Aone y el Consejero del Fuego, justo enfrente del Shogun, Sora no Kayano. El Shogun, como alto cargo militar que era, vestía su lujosa armadura completa negra y roja; se quitó el menpo y el kabuto que le cubrían el rostro y la cabeza. Además, él era el único que podía portar sus espadas en aquel lugar. Saludó a todos los Consejeros, deteniéndose en Aone.
—Bienvenida, Kaze no Aone-sama. Celebro veros aquí, cierto es que añoraremos todos al honorable y sabio Kaze no Hiroyuki; pero no me cabe duda de que vos estaréis a la altura, pues vuestra inteligencia y talento son famosos en toda la corte.
Aone hizo una leve reverencia en señal de gratitud. Tras intercambiar unas breves palabras cordiales y protocolarias, Motome Kusaka carraspeó y comenzó a hablar:
—Hay un asunto que me preocupa enormemente, Sora no Kayano está al tanto, él podrá darnos todos los detalles.
—Sí, mi señor. —El Consejero del Vacío sacó varios rollos de pergamino y los extendió sobre la mesa para que los demás pudieran verlos y leerlos—. Todos vimos hace unas semanas aquel eclipse, desde la Orden de los Onmyoji, siempre atentos a los astros, nos habían advertido. Es cierto que el hecho en sí no encerraba ningún peligro en principio; pero muchos hechiceros de sangre ven en el eclipse una oportunidad para llevar a cabo rituales prohibidos. Los Onmyoji estuvieron atentos a estos posibles sucesos con el fin de detener y ajusticiar a cada mahotsukai que encontraran, como hacen siempre; pero esta vez han sido demasiados y los Onmyoji, sólo cincuenta. Estos son sólo algunos de los informes llegados desde infinidad de provincias de todo el Imperio: desde las estepas del sur hasta las montañas del norte del Vacío. Brujos, rituales de sangre: crímenes contra el Imperio que han de ser castigados.
—Esa siempre ha sido la labor de los Onmyoji —interrumpió alarmado Tsuki no Hayato—, ¿se ha pronunciado Sora no Sanada en este aspecto? Quizá debería comparecer en este Consejo.
—Por supuesto, he hablado con el líder de los Onmyoji, él ha estudiado cada caso. Ha podido apreciar que siempre es el mismo tipo de ritual, hay una serie de características en común.
—Mandemos pues a grupos de Magistrados y a soldados Onmyoza a cada una de estas provincias, si es necesario, que cada grupo vaya con un Onmyoji —intervino Kasai no Choubei.
—¿Y dejar a Nara sin Onmyoji? —preguntó Sora no Kayano—, no, de ningún modo, no hay Onmyoji suficientes.
—Significa esto que la Casa del Vacío no ha cumplido bien con su labor todos estos años —dijo Tsuki no Hayato, cada vez más alterado—, ¿cómo han podido aparecer tantos mahotsukai de repente?
—¿Es que los Onmyoji han estado ociosos persiguiendo fantasmas y mirando al cielo? —dijo Mizu no Ichiro en tono acusador— Esta proliferación de criminales blasfemos, decenas y decenas de casos…
La discusión siguió un rato en un tono cada vez más acalorado, el joven Shogun los miraba asqueado y con rabia contenida y Aone revisaba los pergaminos.
—Por favor, nobles samurai —dijo Aone con una voz dulce y apaciguadora—, ¿es que no lo veis?
Los demás la observaron y guardaron silencio, un tanto avergonzados de haber elevado la voz y haber perdido los nervios en presencia del Shogun.
—No son muchos casos, es uno solo. Un gran caso, sin duda, pero es un solo caso. Todos actúan igual, en el mismo momento, sin duda movidos por una misma intención —explicó Aone.
Todos miraron a Aone sorprendidos y el Shogun asintió.
—Entonces, ¿qué haremos? —dijo Tsuki no Hayato con determinación—, si se trata de una especie de ejército de mahotsukai, si están de alguna manera organizados, el ejército del Imperio debe responder. Ante semejante conspiración, ¡todos los ejércitos han de atacar!
—¿Todos los ejércitos? —increpó Sora no Kayano—, ya sabéis lo que puede pasar si muchos mahotsukai dan con un campo de batalla, tendrán su propia tropa de cadáveres andantes, como ya ha ocurrido alguna vez.
—Entonces, hay que enviar a varios Onmyoji acompañados de soldados Onmyoza, actualmente, están casi todos en Nara. La orden entera debe de estar implicada en el asunto, dejemos el caso en manos de Sora no Sanada —dijo Kasai no Chubei.
—¿Y si ocurre algo en Nara? —preguntó Mizu no Ichiro—, ¿y si esos mahotsukai intentan atentar contra nuestro bienamado Shogun? No, no podemos permitir que los Onmyoji y los Onmyoza dejen la capital, no, de hecho, todos deberían estar aquí protegiendo al Shogun. Son los Magistrados de todas y cada una de las Casas los que deben moverse, ellos representan al Shogun, que sean ellos quienes hagan respetar su ley.
—¿Y el Viento? ¿Cuál es el Consejo de la Casa del Viento? —interrumpió Motome Kusaka mirando a Aone.
Todos guardaron silencio y miraron a Aone.
—Bien. Es un gran caso que debe caer sólo en manos de grandes samurai que lleguen al fondo del asunto. Está claro que nadie ha podido preverlo, ha ocurrido en multitud de lugares, todos esos hechiceros permanecían ocultos disimulando bien su condición. Eso quiere decir que seguirán escondidos en cualquier parte y además, como hemos valorado, lo más probable es que se comuniquen entre ellos. Si movilizamos al Ejército, a todos los Onmyoji o a un gran número de Magistrados, lo más seguro es que esos mahotsukai se enteren y toda la investigación se vea comprometida. Debemos actuar con precaución y sigilo, poner el caso en manos de unos pocos que sean de absoluta confianza y con la suficiente presteza como para llegar al fondo de todo esto. Lo mejor es que la información no se extienda o se volverá en nuestra contra porque podría llegar con facilidad a manos del enemigo.
Todos guardaron silencio, cada uno había dado su parecer y esperaban a que el Shogun se pronunciara al respecto. El joven Motome Kusaka miraba al frente reflexivo.
—Sí, Kaze no Aone tiene razón. No sabemos cuántas personas hay implicadas, debemos ser cautos o pronto alguien podría traicionarnos. —Permaneció callado un momento, meditando.
—En ese caso, si me lo permitís, mi señor —dijo Sora no Kayano—, dejemos el asunto en manos de los Onmyoji, que Sanada busque a los mejores. Es un caso de magia de sangre, es responsabilidad de la orden de los Onmyoji…
—Sí, pero no —interrumpió Motome Kusaka—. Un Onmyoji llevará el caso.
—¿So… sólo uno? —preguntó extrañado Sora no Kayano.
—Sí, lo investigará Sora no Mansai junto al magistrado Kaze no Hideaki. Siempre han trabajado juntos y lo hacen bien. —Concluyó el Shogun.
—¿Dos hombres? —dijo consternado Tsuki no Kayato—, si me lo permitís, mi señor, por favor, valorad la decisión, es un caso muy grande para dos hombres…
—Confío en ellos y bien sabéis el porqué. Hablaré con Kaze no Hideaki personalmente —dijo el Shogun—, a él le encomendaré el caso, a él y a Sora no Mansai. No quiero intermediarios. Os ordeno a todos que lo hablado hoy en esta reunión no salga de aquí, habladlo tan sólo con vuestros Daimyo, pues es una cuestión que afecta a todas las Grandes Casas. Pero nadie más ha de saber de este asunto. —Miró al Consejero del Vacío—. Sora no Sanada tampoco, ¿entendido?
Sigue la historia en el CAPÍTULO 7…